Hoy tengo más ganas de jugar a videojuegos que otra cosa, pero como soy bastante disciplinada y sobre todo muy obstinada (eso explica que a día de hoy esté trabajando en una clínica veterinaria aunque vayan a ser dos telediarios), pues aquí estoy un día más de tediosa y desesperante cuarentena. Que bueno, dentro de lo malo, hoy he podido ir a trabajar para hacer básicamente lo mismo que hago en casa pero con una conexión de internet de más gigas. Creo que es lo único guay de tener un negocio. Noto que la gente ya habla menos del encierro y han dejado de darse tantos ánimos unos a otros. Claro, esto se está alargando tanto que de verdad se está convirtiendo en la normalidad, que es lo que quieren. Así lograrán que echemos de menos lo que teníamos antes, por muy mierdoso que fuera. En una de mis primeras entradas sobre la alerta sanitaria recuerdo que dije —en plan irónico— que lo único bueno de esta situación era que te dabas cuenta de que cuando piensas que las cosas van mal, siempre pueden ir a peor. Pues bien, ese momento ya está quedando atrás. Lo peor ya no está tan mal. Ahora sí que estamos presos, no como antes… Al menos nuestras vidas no estaban en peligro inminente. Al menos podíamos disfrutar de nuestra libertad. Qué desagradecidos éramos: lo teníamos todo y no lo valorábamos… Se nos está olvidando que «todo» era más bien poco, para el común de los mortales, por supuesto. Los que tienen cuentas bancarias a rebosar vivirán esto del coronavirus como una anécdota más en su venturosa vida. Ellos seguirán jugando al pádel en sus pistas privadas mientras los demás nos iremos de esperar en las colas de los supermercados a esperar a la cola del paro. Algunos ni eso, los autónomos nos iremos directamente bajo un puente, a no ser, que como yo, tengamos aún familia que nos acoja. Y como saben que nuestra memoria es frágil, van a esperar lo justo a levantar la cuarentena para que no nos acordemos de que nuestras vidas eran ya una mierda antes, que ya había una buena proporción rozando la pobreza, que cada vez costaba más llegar a fin de mes… Incluso nos dijeron que estábamos saliendo de una crisis, animándonos igual que a los soldados antes de desembarcar en Normandía (sí, creo que esto ya lo dije también). En el fondo nadie se lo creía, pero como siempre, nos contentábamos con lo que teníamos y vivíamos de la esperanza, que al menos era algo. Total, ya teníamos a los inmigrantes haciendo los trabajos que nosotros no queríamos, haciéndonos la ilusión de que eran ellos los esclavos y nosotros los amos, cuando en realidad todos estamos encadenados a la misma línea férrea, aunque algunos vivan en mejores condiciones que otros. Sí, esperarán lo justo para que deseemos volver a esa esclavitud disfrazada de temporalidad laboral y fácil despido, para que los «jóvenes» de cuarenta años puedan dar gracias por seguir viviendo con sus padres, supervivientes del holocausto vírico, porque el amor fraternal es lo importante y no poder ganarte la vida decentemente.
Me he quedado pensando si preferiría vivir una guerra mundial o seguir viviendo esto. Y no puedo contestar públicamente porque si fuera sincera —que normalmente lo soy por encima de la media nacional, de hecho sé que algunos me odian por lo terriblemente sincera que soy a veces— rompería los esquemas establecidos como reales y aceptados por la gran mayoría de la población humana en esta dimensión espacio-temporal. Así que lo dejo aquí y doy mi autoimpuesta tarea diaria de escritora desesperada como cumplida.
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