Acabo de ver a una amiga celebrando que se ha vacunado y no sé muy bien cómo sentirme. Su pareja, una amiga a la que aprecio mucho más, también lo ha hecho. Es aún más sangrante en su caso, porque ella es médico y yo tenía esperanzas de que se diera cuenta a tiempo de toda esta farsa. Es además una de las personas más inteligentes que conozco, aun con su relativa juventud. Pero no ha podido ser, ha sucumbido al Nuevo Orden Mundial como tantos otros. Y te das cuenta de que estás en una guerra cuando empiezas a ver que tus seres queridos se convierten en víctimas, cuando sabes que es muy probable que muera joven a consecuencia de cualquier enfermedad provocada por el experimento transgénico. No creo en el karma, pero lo gracioso es que quizá tiene que ser así. A veces, lo elijamos o no, los verdugos se convierten en víctimas, a manos de los que en otros tiempos fueron sus acérrimos enemigos. Quizá sea para su crecimiento personal. Pero como alguien que la vio crecer en otros tiempos y realmente deseaba sentirse orgullosa de ella, me apena ver que no será posible, tampoco esta vez. Ni siquiera pude advertirles. No quisieron saber, jamás preguntaron porque tal vez querían evitar cualquier conflicto entre nosotras. Tampoco investigaron por sí mismas, que es lo que más me decepciona, o tal vez lo hicieron y como tantos otros descartaron nuestras advertencias por considerarlas teorías conspiranoicas que ahora, un año después de que comenzara toda esta película, se están haciendo realidad. Y da rabia. Me siento como un padre que espera a su hijo soldado en casa y un día llaman a la puerta y aparece un oficial militar, y le da la triste noticia de que su hijo murió en el frente. No quedan ni unos pedazos sobre los que llorar, porque una mina antipersona se cruzó en su camino y reventó todo su cuerpo. Ya no puedo decirle nada. Me gustaría despedirme de él, me gustaría decirle que disfruté cada minuto que pasamos juntos, pero seguramente creerá que le estoy tomando el pelo. Al fin y al cabo, él está convencido de que solo le han puesto una vacuna. En el ejército es común que los soldados reciban tratamientos preventivos, y solo años después se enteran de que en realidad estaban utilizándolos como cobayas. Pues ahora es lo mismo. ¿Cuántos más caerán? Nadie lo sabe, pero si hacemos casos a las predicciones del Sr. Buena Gente, van a ser unos cuantos millones, porque la reducción de la población ha de ser urgente, y aunque el trabajo que están haciendo con las vacunas parece ir peor de lo que esperaban, muchos se han tragado el coronatimo y se dan de hostias por ponerse las dosis que hagan falta, que total, un trombo en el pulmón no debe de ser muy grave comparado con ser un positivo asintomático, que puede que pases que la Covid y no te enteres, pero ¿qué hay de todos los muertos que has provocado sin saberlo por contagiarles un virus letal? ¿Quién quiere llevar ese peso sobre sus espaldas? Desde que tengo uso de razón, desde que escribo libros, algunos de mis personajes han llevado sus propias vidas fuera de ellos. Fantaseaba con muchas otras historias en las que ellos eran protagonistas, y a veces hacían apariciones estelares compañeros de clase reales transformados en versiones perfeccionadas de ellos mismos. Una de esas fantasías incluía una guerra civil en la que inevitablemente se producirían pérdidas dolorosas. Tal vez todos nosotros --y en especial los escritores— tenemos cierta capacidad de ver el futuro. O tal vez venimos de un pasado y sabemos que ese pasado se repetirá. Mientras escribo estas líneas me acuerdo de Haldor y entiendo su dolor al no poder evitar ver un futuro bastante oscuro en el que muchos morirán demasiado pronto o de una forma bastante estúpida. Entiendo su impotencia. A él tampoco le escuchaban cuando les advertía de su cercana muerte. A él también le tiraban piedras porque no querían oír sus terribles augurios. Y me temo que nadie se acordará de nuestras advertencias hasta que sea demasiado tarde.
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