La vida es extraña. Un día estás recomendando a todos tus clientes que vacunen de varias enfermedades infecciosas a sus cachorros y al día siguiente estás microfilmando el informe que el centro de salud le dio a tu madre «vacunada con la pauta completa» sintiéndote como un espía haciendo un bien a la humanidad. Vas a comprobar con la base de datos de la Resistencia si alguno de esos lotes con que la vacunaron son placebo o veneno nanotecnológico. Como decía un colega escritor (y disidente no vegano en gran parte culpable de la existencia de un relato genial sobre plátanos sintientes), en un comentario del blog, esto de ser un escritor viviendo dentro de su propia novela puede ser un sueño o una pesadilla, aún no lo sabemos. Lo de «La pauta vacunal está completa» da un poco de miedo. Suena a «Visto para sentencia». O «Que entre el verdugo». O «Id preparando el respirador que a esta el Sars-Cov-2 se la va a llevar a la tumba y si eso ya vamos poniendo exitus en su historial». Menos mal que tengo casi la certeza absoluta de que fue placebo, porque de momento sus capacidades cognitivas siguen intactas (es decir, no van a peor a pasos agigantados, que de esas no fue nunca muy sobrada), no le ha dado un trombo a pesar de la mala circulación de sus piernas ni tampoco ha mostrado signos de arritmias que ahora llaman infartos. Además mi móvil no ha detectado ninguna conexión Bluetooth en sus proximidades, cuando en mi piso me salen al menos dos o tres cada vez que lo enciendo, por la cantidad de vecinos zombificados que deben de habitar en el edificio más los que pasan por la calle aledaña.
Por desgracia, sé de muchas otras personas que no han tenido tanta suerte. Y muchas otras nunca abrirán los ojos. Ya paso de desgañitarme frente al televisor que me obligan a ver mientras como (no estoy en mi casa, así que quién soy yo para apagarla o tirarla por la ventana), gritando que la guerra de Ucrania es otro cuento para despistarlos de los verdaderos problemas que nos acucian o repitiendo por enésima vez que la teoría del contagio nunca fue demostrada. «A tu sobrina la han diagnosticado faringitis aguda, ¿cómo se coge eso?» «De ninguna forma, el contagio no existe, eso es producto de un desequilibrio en el organismo, ya sea por frío, por calor, por emociones, mala dieta o lo que sea...» No hay respuesta. Tal vez porque tampoco hay neuronas procesando la información recientemente recibida. Antibióticos. Es la única posibilidad existente en sus mentes y nunca se pararon a pensar que los antibióticos jamás han resuelto nada. Yo al menos ya me preguntaba en mis primeros años trabajando en clínicas veterinarias por qué siempre poníamos antibiótico y antiinflamatorio fuera cual fuera el diagnóstico. ¿Seis años de carrera para esto? Menos mal que algunos jefes eran claros: es que así le puedes cobrar al cliente por dos inyecciones más, aparte de la que va incluida en la consulta (la tercera podía ser cualquier cosa que se te ocurriera, normalmente vitaminas que eso no le va mal a nadie). Resulta que a veces se me olvidaba poner el antibiótico y, casualidades de la vida, el perro se curaba igual. Pero yo me sentía culpable... Pues nada. Yo no salgo en la tele como «experta», no voy por ahí inflando como un globo la formación que tengo, aparentando que sé más de lo que realmente sé, ni tampoco fui nunca popular en la universidad, por ser callada, retraída y antisocial. Un toxo, vamos, que algo aprendí de mi socia gallega. Así que la probabilidad de que mis opiniones a nivel general se tengan en cuenta es próxima a cero. Ni siquiera en mi propia familia, donde no soy más que esa loca extremista vegana incapaz de encontrar un trabajo con el que ganarse la vida. Qué le vamos a hacer... La vida es extraña. A ratos una putada. Pero a ratos, bastante divertida. Puedo imaginarme perfectamente justo antes de nacer, ahí arriba a punto de tirarme al abismo, como si fuera a hacer paracaidismo. Me preguntaría, con las piernas temblando pero con ese gusanillo en el estómago: «¿En serio te lo vas a perder?» Y luego quizá alguien me empujó. Digo quizá porque yo, para estas cosas, suelo ser bastante valiente, visto mi curriculum vitae (nunca mejor dicho).
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