Capítulo 5. Leuche abrió de pronto los ojos para encontrarse totalmente a oscuras en posición horizontal, bocarriba… o eso parecía. ¿Dónde estaba? Apenas recordaba el ascensor interdimensional… ah, espera, es que ni siquiera habían llegado a cogerlo. Han le había dado un empujón cuando llegaron al borde del mundo espiritual, Leuche se precipitó en eso con apariencia de abismo insondable, y, para qué negarlo, se cagó en todo… metafórica y literalmente hablando, ya que en un tris ya tenía cuerpo físico. Otra vez… Había decidido saltarse el parto, que ya había vivido muchos y eran muy estresantes. Sí, estaban bien por lo del vínculo materno-filial y todo ese rollo sentimentaloide, pero qué se le va a hacer, a veces tenía más prisa que otras. A juzgar por la torpeza general que sentía y lo tierno de sus carnes aún debía de ser un bebé. No podía ni sostener su cabeza para comprobar qué sexo había elegido al final. Ahora entraba un poco de claridad por la persiana, pero no distinguía nada allá abajo en la entrepierna, ni siquiera el color de los pañales, por si le daban una pista. A pesar de estar bien entrado el siglo XXI muchos padres aún seguían con esa estúpida manía de poner rosita a las chicas y azul cielo a los chicos. Se preguntó si los suyos serían así de sexistas. Tampoco sentía ningún dolor en los lóbulos de las orejas. Esto podría significar que había nacido niño esta vez, pero lo de no sentir dolor no le acababa de gustar mucho. ¡Quería volver a ponerse aros de tipo pirata! No… mejor unas calaveras, ahora que ya era oficialmente un Ángel de la Muerte. Su felicidad hizo que los labios del bebé se estiraran en su primera mueca sonriente. Je, je… un Ángel de la Muerte renacido, eso era más molón que la insignia del Departamento. Se esforzó por enfocar sus ojos y averiguar qué tenía justo sobre su cabeza… había algo colgando allí, pero no sabía qué forma tenía. Respiró hondo y reparó en que tenía sentido del olfato otra vez, qué guay… le venía el olor de la colonia Nenuco y algo del aroma natural de su madre que debía de estar por allí cerca. No tenía hambre así que decidió no ponerse a llorar, o ella vendría corriendo a darle de mamar. No, menos instintos básicos y más estrategia para ayudar a los animales. ¿Cómo empezaría? No se le ocurría nada de momento. Y Tot aún no habría empezado a estudiar, para qué intentar comunicar con él…
No tardó en aburrirse. Dejó el cuerpo del bebé y se puso a explorar por ahí cerca, a ver qué casa y qué familia le habían tocado. ¿Tendría hermanos? ¿Una familia decente? ¿Acceso a servicios públicos? ¿Tendría recursos para ir a la universidad? Todos estos detalles los había estado planeando con su guía Han antes de encarnar, pero ya se le habían empezado a olvidar, eran los efectos de tener un cerebro humano físico. Y sabía que el olvido se haría más y más grande según pasaran los meses y le fueran llenando la cabeza de ideas inútiles, de esas que decían eran necesarias para sobrevivir en la Tierra. No estaba muy seguro aún de si aprovechar todo ese tiempo hasta hacerse mayor para aprender cosas interesantes en el plano astral, o si era más práctico echarse a dormir unos años hasta que llegara la edad de la razón, más o menos a los siete, cuando ya no te quedaba otra que apechugar con la vida que habías escogido y evadirte solo por las noches cuando te ibas a dormir. El cuerpo ya aprendía prácticamente solo a caminar, a hablar, a escribir las primeras letras, a defecar… sobre todo cuando el alma ya contaba con una larga y fructífera experiencia como tenía él. En primaria ni se darían cuenta de que manejaba a su avatar desde larga distancia… vale, estaba exagerando un poco, pero es que estaba impaciente por dejar atrás toda esa etapa de lento reaprendizaje y comenzar ya con su misión. Seguro que en la escuela ya podría negarse a que le dieran de comer cadáveres animales… o incluso antes. Una lástima que los años 60 ya hubieran pasado, o tendría una alta probabilidad de que sus padres fueran hippies de esos para los que el amor y la paz lo eran todo, y por eso no comían carne… Pero Leuche era más bien pesimista, sobre todo cuando estaba encarnado. No caería esa breva… Buajj, en la nevera había fiambre empaquetado. Si es que lo sabía. Y un pez muerto con aspecto de merluza, que seguro que era pescadilla, porque la merluza estaba por las nubes económicamente hablando. Y huevos. Y leche en todos sus derivados y formatos. No, estos no eran vegetarianos. Se empeñarían en que comiese trocitos de filete en cuanto se le notaran los incisivos saliendo un milímetro de las encías, para tener hierro. Le darían potitos con pollo y verduritas. Yogures de todos los sabores, natillas, y quesitos varios, todos con lácteos, claro. No les dejaría. Protestaría en cuanto pudiese hablar… al año y medio si conseguía batir su propio récord de precocidad infantil. No iba a ser cómplice de la explotación animal en ninguna vida más, por sus santos coj… u ovarios, aún no lo sabía. Casi sin darse cuenta volvió a dormirse. Los cuerpos de bebés crecían a tal ritmo que te dejaban exhausto enseguida y tenías que descansar más de lo normal. Entre sus sueños le pareció ver a Tot en la biblioteca celestial, investigando sobre los orígenes del veganismo. «Bien, de momento no se escaquea», pensó, con otra sonrisa en sus labios sonrosaditos. (Continuará...) Capítulo 7.
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