Capítulo 7. Con una pierna cruzada sobre la otra y el respaldo de la silla bien arrimado a la pared, Tot sostenía un libro en la mano izquierda y un reloj atómico en la derecha que le avisaría con una alarma cuando el futuro fiambre se hubiese separado definitivamente de su carcasa. El libro se llamaba Derechos Animales: El Enfoque Abolicionista de un tal Gary Francione, profesor de filosofía. El reloj marcaba las 3:47 de la madrugada y la alarma estaba ajustada para las 4:05, aunque el momento exacto de la muerte siempre estaba sujeto a variaciones imprevistas. Con el ceño fruncido, Tot repasaba las últimas líneas que había leído. «Todos los seres sintientes deberían tener al menos un derecho: el derecho a no ser considerado propiedad.» Tot hizo un gesto de asentimiento, reflexivo y profundo, mientras pensaba: «Vaya montón de bazofia… ¿Qué ha hecho Leuche, señor mío, meterse en una secta? Y yo que pensaba que había aprendido algo en aquella vida en la que se suicidó con doscientos diecinueve más por adorar a un loco predicador que se había enriquecido a su costa...» Con un gesto de desdén miró hacia la cama del anciano. ¿Cuál era su nombre? Ah, sí, Francisco. Ya no respiraba. «¡Coño, que no respira!»
Se levantó como si tuviera un muelle en las posaderas, dejando caer el libro y mirando con furia el reloj. ¿Por qué no había sonado? ¿No se suponía que era un reloj atómico y nunca fallaba? ¿Dónde estaba el abuelo? Buscó nervioso alrededor, temeroso de que se le hubiera escapado y perdido y se quedara vagando por el astral hasta que se diera cuenta de que la había palmado, pero claro, él tendría que rellenar una hoja de parte y decir que había habido un incidente y que había extraviado un alma… Se puso pálido, no quería otro borrón en su expediente, que ya le habían castigado en el pasado con cambios de departamento que no le entusiasmaban en absoluto. «¡¡¡Abuelooooooooo!!!» —Se fueron y me dejaron solo —oyó de repente, una triste voz masculina que venía de un rincón. El pobre anciano se había dejado caer allí y sollozaba, dirigiendo una mirada vacía a su cadáver, envuelto en un plástico amarillo de pies a cabeza, con una mascarilla tapándole la cara. Las limpiadoras estaban montando un buen numerito echándole lejía hasta por sus partes nobles y rifando quién se atrevería a quitarle el anillo incrustado en su dedo anular de la mano derecha. Tot se sentó junto a él, menos mal que ya tenía bastante experiencia, que a él estas situaciones se le hacían complicadas por su total falta de empatía hacia los recién fallecidos… bueno, y hacia los demás también, incluidos los vivos. Hacia todos en general. —¿No es vergonzoso? —dijo—. Y todo por un virus del que nunca se demostró que estuviera relacionado con enfermedad alguna. —¿Cómo sabe usted eso, joven? —Porque vengo del más allá, una dimensión donde no caben las mentiras. Te pillan siempre si intentas engañarlos. —¿Ah, sí? —Sí. Se les va a caer al pelo a todos estos que permitieron este gerontocidio. —¿Gerontocidio? —Sí. ¿Ve? Ahí viene Manolita también, y el señor Luis, y la Facunda, que sé que se llevaba muy bien con ella… —Tomábamos el café de la merienda juntos, en el salón de la residencia… —Claro. Y mire, Esteban también está al caer. Gerardo ha intentado aguantar un poco más, pero su cáncer estaba demasiado avanzado, y si a eso le añades las radiaciones de las antenas... —No pudieron resistirlo. —Eso es. El aislamiento, el abandono de sus hijos y nietos, el maltrato de los sanitarios, que empezaron a tratarlos como si estuvieran apestados y los sedaban con morfina en lugar de ponerles tratamiento… —Nos encerraron con llave en nuestros dormitorios. Dijeron que no podíamos salir, porque nos podíamos contagiar de un virus mortal. No vinieron a visitarnos durante meses. Nos trataron como niños pequeños, o peor, como prisioneros en una cárcel, después de habernos robado nuestras pensiones durante años… Fue horrible. Algunos gritaban para que los sacaran de allí, para que les permitieran despedirse de sus nietos al menos... —Una vergüenza, como ya dije. Pero no se preocupe, que esos al menos van a reencarnar mil veces seguidas en cucarachas o algo peor. —¿De verdad? —No, pero es para que se anime un poco con falsas ilusiones. Porque vaya mierda de muerte que ha tenido... Por la mejilla del anciano Francisco corría una lágrima de pena y rabia, pero poco a poco se le estaba pasando la mala hostia interna y su alma iba aligerándose. Eso era bueno para no irse al bajo astral, donde lo pasaría bastante peor que si se iba a dimensiones superiores. Sus compañeros de residencia se empezaban a agolpar a la entrada de la habitación, y la mayoría parecía haber aceptado bien la muerte. Estaban cansados, después de pasar por una guerra civil y todo el trabajo duro que habían hecho en la posguerra para sacar adelante a sus familias. Y así se lo habían pagado. Pero, bueno, había cosas peores, como seguir siendo cómplices en vida de tal infamia. —¡Vámonos de aquí! —dijo Francisco, apretando los dientes de su dentadura postiza—. Siempre lo dije, esta juventud no tiene arreglo. Ayúdeme a levantarme, si es tan amable, joven… aunque me da que usted tiene más edad de la que aparenta. —Mucha más. Y no me necesita para levantarse. Está muerto, ya no es prisionero de un cuerpo físico inmundo. —¡Oiga, un respeto! Tampoco estaba tan mal… —Quizá en la juventud, pero reconozca que ya con 87 años no era lo mismo. —Bueno, lo reconozco. Tot le ayudó de todas maneras, el viejo le había caído bien y al final le estaban haciendo fácil el trabajo, no como había temido. Pronto estaría de vuelta en casita y podría seguir estudiando sobre veganismo para ayudar a Leuche. Desde la crisis plandémica apenas había encontrado unos minutos al día para avanzar en sus lecturas. Y así con la tontería ya se había pasado otra semana, lo que correspondía a siete años en la esfera terrestre. Vaya… ahora Leuche ya tendría trece años, estaría crecidita… o crecidito, ni siquiera recordaba si Leuche había acabado eligiendo sexo biológico o lo había dejado al azar. Tampoco había podido practicar mucho su nueva tarea de guía espiritual. Había quedado con Han al día siguiente para el primer intento de contacto. Prometía estar interesante… (Continuará...)
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