En esta última, corta, pero extremadamente lenta etapa de transición hacia nuestro nuevo hogar, aún debemos hacer frente a las actitudes de ciertos miembros del círculo familiar que ya dejaron de ser familia hace tiempo. Uno de los fenómenos más interesantes y dignos de contemplación que nos trajo la plandemia fue la caída de las caretas. Como comentaba por aquellos lejanos días de falsa alerta sanitaria, por fin veíamos de qué madera estaban hechos los que nos rodean, y la mayoría de ellos demostraron ser sacas de gusanos (con perdón a los gusanos). Ahora, no sé exactamente por qué razón, no solo es que se les vea venir desde la distancia, es que parece que el universo se las apaña para dejarlos al descubierto, pillados con el carrito de los helados. Parece que llevan un post-it pegado en la frente con unas palabras escritas en mayúscula: SOY MALO. Y para algunos de ellos, ni siquiera hace falta escribirlo, también se ve a la legua que SON TONTOS. Dios, y pensar que llevamos la misma sangre… claro que eso no tiene mucha importancia porque lo realmente importante es la calidad del alma, nada más. Para lo malo y para lo bueno, los genes son solo una predisposición, no determinan lo hijoputa que eres.
Obviamente no voy a entrar en detalles porque no es mi estilo y en el Nuevo Paradigma no debe haber sitio para el rencor ni el resentimiento, pero por eso toca aplicar todas las técnicas que conocemos para conservar la calma y la armonía interior, comprender que las acciones de los demás no deben afectarnos, allá cada uno con su conciencia, y, sobre todo, el objetivo es hacer el viaje en coche hacia la libertad disfrutándolo de verdad y no llorando la mitad del tiempo como la última vez. Que ya estamos hasta los ovarios de que una y otra vez nos saboteen nuestros sueños e ilusiones y ni eso podamos hacer tranquila mientras unos y otros se deleitan con sus vacaciones pagadas por el sistema de esclavos sin muchas preocupaciones. Que, ahora que lo pienso… igual es eso lo que les corroe de envidia. No me extraña que tenga que andar esquivando puñaladas… Hace un par de años dolía bastante más. Perder la confianza en alguien es una de las experiencias más dolorosas de la vida, y aún es más triste que siga ocurriendo una y otra vez, según voy cortando los últimos lazos con la parte del mundo que ha decidido suicidarse o no hacer nada mientras el Apocalipsis se desata a nuestro alrededor. Por suerte he aprendido a llevar fuertes capas protectoras para que la punta del cuchillo no pinche tanto. Por algo me llaman la escudera de Rohan… Kiksúye.
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