Llevo unos días pensando en que tenía que escribir un epílogo para mi serie de la alerta sanitaria, así que qué mejor día que el último día del estado de alarma decretado por el gobierno. A partir de mañana comienza la nueva subnormalidad. ¿Por qué? Porque así lo ha decretado el gobierno, por supuesto, de manera aleatoria, como todo lo que lleva haciendo desde que toda esta pesadilla empezó hace nada menos que 99 días. Quizá es que ha decidido copiar el modus operandi de la Organización Mata Sanos, o sea, la de un día digo una cosa, y al día siguiente digo la contraria. Quizá es que han logrado desarrollar un aparato detector de coronavirus letales y saben de algún modo que ya no se encuentra en el ambiente y estamos seguros. Sea como sea, los españoles lo van a celebrar como acostumbran celebrarlo todo: yéndose en masa a las playas, para olvidar que se han quedado en la ruina y posiblemente ahogar sus penas en sangría de la mala, les da igual que sea con o sin mascarilla, o que solo se puedan bañar de 8 a 10 los mayores de 70 años, y de 12 a 4 los adultos con niños. Ya lo había predicho en uno de los capítulos de la alerta sanitaria, por cierto. He aprendido mucho durante esta falsa pandemia. Me temo que no como el resto de los españoles. Esta vez no teníamos excusa: los más afortunados se tuvieron que encerrar en sus casas sin perder el sueldo, y disponían de una buena conexión a internet. Jamás hemos tenido mejor acceso a la información. Sin embargo, el resultado está a la vista: todos decidieron escuchar a los medios de desinformación en lugar de apagar la tele desde el primer día, como yo misma aconsejé, y ahora que pueden salir a la calle, el 99% de ellos lo hacen creyendo que existe un virus peligroso flotando en el aire del que nos tenemos que proteger con mascarillas, y el que no la lleve es un irresponsable que va por ahí provocando la muerte de los inmunodeprimidos, sobre todo si es un ser de naturaleza sociable que habla alto y con muchas personas. Jamás he visto tamaño absurdo. La parte buena es que me he reafirmado en muchas de mis opiniones. Yo ya tenía bastante abiertos los ojos, pero ahora se me han abierto más. Hay otros que no tienen arreglo, algunos incluso con cierto nivel intelectual, que siguen sin ver nada. Pero nada de nada. He llegado a la conclusión de que el virus de la estupidez humana ilimitada puede producir una suave somnolencia, de la cual se puede despertar si agitas a la persona lo suficiente —es decir, metiéndole unas buenas hostias—, o, en el peor de los casos, produce la zombificación absoluta. Esto es equivalente a ser un muerto viviente. Te mueves, balbuceas, pero no te engañes, estás muerto. Un ejemplo de esto último es Pablo Fuentes. Aunque, bueno, creo que en esta categoría cae el 90% de la humanidad, así que tampoco es que sea nada del otro mundo. Forma parte de la nueva subnormalidad. Sí, he aprendido mucho. Pero mucho, mucho. He conocido a personas muy interesantes que me han enseñado cosas que aún no sabía, algo que no me pasaba desde —diría— unos cuantos años. Y ha sido agradable encontrarme con esas personas que hablan mi mismo idioma. Supongo que estamos dispersos por ahí, cada uno de nosotros creyendo que estamos solos y aislados, que somos los bichos raros en todas las reuniones, esos a los que tiran piedras en cuanto manifiestas tu disconformidad con lo que se anda cociendo en cada grupo. A mí al menos esto me ha pasado siempre, y eso que tampoco es que sea muy criticona, más bien prefiero pasar desapercibida… pero es que a veces el ansia de justicia me puede, así que acabo diciendo impertinencias en todos los sitios. Hoy que toda esta mierda acaba oficialmente y mañana nos devuelven la libertad —ojo, dije oficialmente, que a nadie le pase desapercibido— estoy contenta porque no han sido capaz de destruirme, como han hecho con gran parte de la población, la más vulnerable. Al contrario, me han hecho más fuerte. He tenido suerte porque yo, al fin y al cabo, ya vengo de un pasado bastante jodido y ya tuve mi propia época oscura en la que aprendí a permanecer intocable e impasible ante las adversidades. Pero no voy a olvidar a las víctimas. No voy a olvidar a los niños traumatizados, que han quedado con miedo a salir a la calle. No voy a olvidar a ninguno de los suicidas que se han ido en silencio (no hablaban de ellos antes, menos aún lo van a hacer ahora). No voy a olvidar ni a uno solo de los ancianos que se han cargado en las residencias. No voy a olvidar ni a uno solo de los enfermos que se han cargado en los hospitales, ya sea con fármacos inadecuados o con respiradores, en nombre de una medicina basada en pseudociencia que ha demostrado no servir para nada. Un día todo esto saldrá a la luz, posiblemente en un día muy lejano, en veinte, treinta, cincuenta años… pero saldrá a la luz, igual que ya se sabe —o la gente despierta debería saberlo— que el virus del SIDA fue un auténtico fraude. Es increíble pensar lo fácil que es investigar hoy en día, lo fácil que es acceder al verdadero conocimiento, y sin embargo muy pocos se molestan en hacerlo. No se molestan en buscar. La mayoría se pierde en conversaciones inútiles, en lugar de ir a las fuentes y verlo por sí mismos. Se ponen mascarillas por precaución pero ignoran que ya tienen un virus en su sangre que les deja sin cerebro: el virus de la estupidez humana ilimitada. Alguien, hace un tiempo, me entregó un mensaje. Me dijo que no tuviera miedo, que corriera libre y salvaje por el bosque como hacen los lobos, porque un día encontraría mi manada. Hoy sé que somos muchos los que nos hemos sentido así, siempre luchando contra una sociedad que no nos comprende, que quiere aplastarnos y hacernos callar. Una sociedad que no acepta a los que somos distintos, a los que nos rebelamos señalando las partes podridas que deben desaparecer. Me ha sorprendido conocer que muchos de estos rebeldes conocen la Verdad tan bien como la conozco yo. También es fácil llegar a ella, si solo te pones a buscarla con ganas y sin desfallecer por las dudas acuciantes, pero la mayoría prefiere ser como Pablo Fuentes y ahogarse en información que no saben digerir ni interpretar. Lo veo continuamente, incluso en grupos donde deberían reinar la objetividad y la racionalidad, grupos donde dicen ser científicos pero ni siquiera han comprendido en qué consiste la ciencia. La realidad es así de triste.
No tengo mucha esperanza para el futuro, para qué decir lo contrario. Pero sí sé que voy a morir luchando, junto a mi manada. Aún tengo un sueño que posiblemente no se materializará, dada la situación económica en la que han puesto a mi país de manera deliberada, pero aún tengo fuerzas para continuar un poco más, mientras sigo, por otro lado, haciendo lo que llevo haciendo desde hace casi una década: abrir la consciencia de todos aquellos que quieren dejar de ser sonámbulos. Este blog no es el sitio para hacerlo, ya que es un blog literario para reflejar mis fantasías y mi excelente calidad como escritora, no para hablar de mí misma y de lo que realmente importa, nuestras almas (además aquí no puedo ser todo lo políticamente incorrecta que desearía). Nuevos proyectos nacen, y nuevos retos se plantean. Tal vez, en otro lugar, en otro tiempo, nuestros caminos vuelvan a cruzarse, lector, si es que no has sucumbido aún al virus de la estupidez humana ilimitada. Es decir, si es que quieres formar parte de la Resistencia.
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