—Oye, que te están echando gasolina por encima. —Qué va… es agua. —No es agua. ¿No la hueles? ¿No la sientes, impregnando toda tu ropa? —Que no, que es agua… Y además lo hacen por mi bien. —Oye, que hay ahí un tipo que está acercando una cerilla a tu cuerpo. —¿Qué dices? Eso no es posible. —Pero si lo estoy viendo… ¡¡que vas a salir ardiendo!! —Bah, no te preocupes, es por mi bien. Ya verás qué calentito voy a estar… Este diálogo está basado en unas palabras del general Patrick, el que ahora mismo diría que es el individuo más honorable de toda la Resistencia. No, no es un personaje de ficción, pero si hubiese seguido con mi historia de la Resistencia, en aquellos días en los que ni siquiera existía una resistencia en la realidad, tarde o temprano habría deseado meter a un personaje como él. Me recuerda mucho a la situación que están viviendo actualmente mis personajes policías en la tercera parte de mi saga espacial. Y en situaciones realmente jodidas, todos queremos tener como jefe a alguien como Patrick. Uno no se gana que sus propios hombres le llamen «general», con todo el respeto del mundo, si no eres un tío decente, honesto y sabes sacar lo mejor de lo demás, incluso cuando tienes que decirles cosas que no les van a gustar. Esto me recuerda algo que sospecho yo aprendí ya hace mucho tiempo pero que en esta vida vuelvo a tener presente, especialmente cuando los colaboradores de Patrick hacen valiosas reflexiones como esta: dentro de los equipos, siempre hay muchas personas que quieren mandar y dirigir, pero las personas que realmente están listas para liderar, y lo hacen naturalmente, se cuentan con los dedos de una mano. Ser un líder requiere de una madera especial (como ya he escrito en otras entradas, Faramir es uno de esos hombres). Y casi diría que nadie elige ser un líder, porque un líder es humilde por naturaleza y no le gusta imponerse a nadie. Un líder es un líder porque sus propios seguidores quieren ser liderados por él y no otro. Un verdadero líder no está por encima de nadie. Un verdadero líder toma decisiones con sabiduría y responsabilidad, porque de esas decisiones depende el destino de sus hombres, pero es consciente de que si el equipo sobrevive, es porque todos hicieron un buen trabajo siguiendo sus indicaciones, no porque él sea mejor que nadie. O sea, como un buen capitán de barco. Patrick describió perfectamente lo que vivimos día a día los que nos hemos dado cuenta de la farsa del coronatimo y trabajamos para que los demás despierten. A veces es darse una y otra vez contra la pared. Pero de qué me voy a sorprender si ya llevo largos años en esto del activismo, y veo que siempre es lo mismo: da igual el tema que se trate, las reacciones siempre son las mismas. La disonancia cognitiva funciona igual en el cerebro de los humanos receptores del mensaje que quieres dar. Ya sea «La muerte no existe», «Los animales no humanos son seres sintientes a los que debes respetar y dejar de explotar», o «Estás creyendo en una falsa pandemia», es muy frecuente que lo primero que recibas sean insultos, porque no pueden concebir que alguien piense de forma distinta y además se atreva a desafiar sus creencias, forjadas a lo largo de años de adoctrinamiento, por lo general desde la infancia. Con toda la paciencia del mundo les enseñarás las evidencias que tienes a favor de lo que tú argumentas, pero ellos ni siquiera se dignarán en leer ni estudiar nada, porque no están dispuestos a cambiar su forma de pensar. Algunos empezarán a darte millones de excusas: «No tengo tiempo para estos temas», «Nada de lo que dices tiene sentido»… y algunos, si son realmente ridículos, te acusarán de cosas que ni vienen a cuento: «Pareces miembro de una secta», «Tu discurso es demasiado radical», «Estás tratando de imponerme tus opiniones». Uno pierde todas las energías y la paciencia con estos individuos. Es cuando, como dice Patrick, dan ganas de sacar el lanzallamas y quemarlos a todos. Después de todo, así su sufrimiento será menor. Tú sabes que están peligro pero ellos no quieren reconocerlo, así que se puede decir que estaríamos haciéndoles un bien. Ya han decidido no vivir, han decidido no luchar por su libertad, ni por sus niños, ni por conservar lo poco que tienen. Les adviertes de lo que se avecina, les dices que estamos en guerra y que esto es un atentado contra la humanidad, y lo único que consigues es que piensen que eres un exagerado y un idiota. Como se me ocurrió hace tiempo, nosotros somos como esos que gritaban «¡Que viene el lobo!», y nadie les creía hasta que, efectivamente, venía el lobo, y como nadie había hecho nada para evitar su ataque, se comía todas las ovejas. Esta última foto fue compartida esta mañana por uno de mis compañeros de lucha y también describe perfectamente la situación. Sabemos que esta es una lucha perdida, si seguimos avanzando tan lentamente. Los de arriba son mucho más poderosos y mucho más inteligentes que todos esos borregos que aún andan por ahí con mascarillas al aire libre y piden a los gobiernos más restricciones para parar una supuesta pandemia que jamás existió. Están viendo cómo la ruina económica ya es imparable. Están viendo (o quizá no, porque de esto no se habla en los medios de manipulación masiva) cómo más y más hosteleros se suicidan. Precisamente el Expreso de ayer estaba dedicado a uno de ellos, conocido de uno de los colaboradores del programa. Las víctimas son visibles para todos, pero solo si quieres verlas. Claro que para algunos ciertas víctimas no cuentan, lo que cuenta son los miles de «contagios» que tenemos todos los días, determinados por un test que da el 80% de falsos positivos y que ni siquiera se sabe qué está hallando en las muestras, ya que el supuesto virus letal que hay en el ambiente nunca fue aislado y purificado de un paciente con Covid.
Nos estamos luciendo.
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