Después de varios días enfrascada en la creación asistida por I.A. de los personajes de mi saga espacial, como era de esperar, una serie de emociones comenzaron a agitarse en mi interior. Me asaltó una duda: «¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Qué motivación última me lleva a buscar sin parar la imagen perfecta en «la realidad» de lo que hasta ahora solo ha existido en mi mente (con matices de los que no voy a hablar hoy)? Cuando mi socia vio todas esas creaciones, de las que publiqué solo una pequeñísima parte, hizo un par de preguntas interesantes. Una, cuando yo le dije que una imagen en cuestión no me convencía (del agente Yarnel Hishiru), fue: «¿Y cómo sabes que no es él? Si no han existido antes...» La respuesta fue rápida: «¿Cómo que no? Existen en mi mente». Y llevan ahí décadas. No es que sepa cómo son, es que los conozco como a la palma de mi mano. Por eso soy capaz de reconocerlos o no. La otra pregunta fue la que enlazaba con mis propias sensaciones a lo largo de la semana: «¿Y ahora qué vas a hacer con ellas? ¿Una película?» Sonreí. No creo que eso vaya a ocurrir nunca. «De momento, publicarlas en mi blog», dije. Y me quedé pensando. Ahora creo que la respuesta a esa pregunta sería la misma que di a mi hermano cuando me preguntó: «¿Y para qué haces Sirsasana? ¿Qué sentido hay en ponerte boca abajo todos los días?» No hay ninguna razón en especial: es solo por el placer de hacerlo. Simplemente disfruto haciéndolo, y más sabiendo que lo sé hacer. Tengo un bastón igualito detrás de la puerta para cuando salgo a caminar por La Comarca. Tiempo al tiempo y acabaré con el mismo pelo y la misma ropa. Luego vinieron pensamientos algo más trascendentales. Los humanos somos creadores por naturaleza. Y ahora no me refiero a las personas especialmente creativas como puede ser un escritor, un pintor o un músico, sino a cualquiera de nosotros. Casi diría que es nuestra principal misión cuando venimos a este planeta: crear. Da igual lo que sea, pero crear es una de las actividades más gratificantes que existen, lo que significa que está acorde a nuestra alma. Por algo somos la manifestación de Dios o como cada uno lo quiera llamar. Me consta que incluso en planos más sutiles también es una de nuestras actividades preferidas, a pequeña escala y no tan perfecta como lo que hacen nuestros hermanos mayores. Cuando has invertido mucho tiempo, esfuerzo y largos años de tu vida en crear algo, más satisfacción da el resultado final. Por eso lograr Sirsasana fue un hito muy importante en mi vida. Cada vez que me desanimo me obligo a pensar en ese hito: quién diría hace treinta años que lograría hacer algo así. Igualmente, quién hubiese pensado con trece años, al iniciar esa historia de ciencia ficción, que más de treinta años después aún seguiría escribiéndola y además contaría con los medios para crear un retrato tan aproximado de mis personajes en unos segundos… Esa es una de las razones por las que me emociona tanto verlos casi cobrar vida. Es el resultado de muchos años imaginando y pensando en ellos, descubriendo poco a poco su pasado, viéndolos reír y llorar. Y mientras hacía todo esto, mis otras actividades diarias centradas en aspectos tan físicos y materiales como getting rich, rich, rich… me llevaban a un nuevo viaje espiritual organizado por mi mentor. Yo lo vi en diferido y en un pobre vídeo que no captaría para nada el evento presencial, pero aún así el baño de sonido fue espectacular. Los cuencos tibetanos, los gongs, y los cánticos graves acabaron por evocar alguna ceremonia ancestral que bien pude haber vivido en algún momento. No era mi primer viaje chamánico con tambores, pero este fue particularmente intenso y el sonido me llevó de vuelta a Kiksúye y su eterno duelo, si bien no se sintió como otras veces. No sentía ningún vacío, no sentía la pérdida. En su lugar, me sentí acompañada, arropada, por todo mi clan. Algo me decía que el avance era inevitable, como si me estuvieran empujando, como si fuera un rito de iniciación, como cuando dejan solo al niño en el bosque para que vuelva convertido en un hombre. No en vano el evento, «casualmente», llevaba el nombre de «Morir para renacer». Y es que… ¿qué haces con docenas de muñecas de trapo tejidas entre lágrimas, cuando ya has llorado lo suficiente por ellas? Kiksúye fue la que comenzó todo, lo sé, una de las primeras en aparecer en aquella breve escena del río, para después desaparecer durante largos meses y reaparecer con todo el peso de la oscuridad. Ella lo sabía mejor que yo: primero debía procesar lo más fácil, y cuando estuviese preparada, volvería ella, cuando ya no dudase que jamás estamos solos o que nos cruzamos constantemente con las mismas almas. La niña más inocente y desvalida resultó ser la mayor maestra en toda la experiencia, la que se encargaría de cerrar el ciclo. Ella lo comenzó, ella lo acaba. ¿Qué vas a hacer ahora con esas muñecas? Cuando ya no queda nada, cuando ya no quieres vengarte de nadie, cuando no existe el odio, cuando ya sabes que nadie se va, cuando ya no eres la víctima ni tampoco te condenas a ti mismo, cuando ya no te preguntas los porqués… No te engañes. Nunca hacemos las cosas por los demás. Las hacemos por nosotros mismos. No podemos olvidar a nuestros ancestros, pero su carga no es nuestra. El anciano indio me susurra que él partió feliz, tuvo una vida maravillosa. Al niño indio lo tengo localizado: compartíamos clase en la escuela y fui capaz de reconocerlo aun con sus rizos rubios actuales, nada propios de un indio norteamericano. Todos ellos partieron, y es más que probable que sigan por aquí, igual que yo, vistiendo otros trajes, ávidos de más experiencias.
No sé con seguridad si lo hice o no, pero sí tengo claro lo que haría ahora: juntaría todas esas muñecas de trapo en una pila y las quemaría a la manera india, deseando a todas esas almas un tránsito rápido y pacífico al más allá. Les daría el homenaje que no tuvieron en vida. Contemplaría el humo ascender en el cielo y les prometería recordarlas por siempre, como así sin duda ha ocurrido. Llevaría conmigo todos los valores que tenían y que me transmitieron, todo eso que los blancos de hoy han despreciado, convirtiéndose en una masa informe de esclavos fácilmente manejables, sin honor alguno. Aún me queda materializar riqueza para llevar a cabo mi misión en esta vida, pero hace años que sé que la verdadera riqueza es otra. Ya tengo todo lo que deseo, en realidad. Lo realmente difícil es destruir las falsas creencias que implantaron en nuestras mentes al nacer en esta sociedad tan corrupta, alejarte de la multitud y ser señalada por ello, y CREAR tu propio camino, como creadores que somos, sin miedos y sin límites. ¿Qué queremos hacer de verdad con nuestra vida? ¿Qué huella queremos dejar en este mundo cuando nuestro cuerpo ya no pueda seguir más? ¿Nos atreveremos a construirla nosotros mismos, cueste lo que cueste, o seguiremos dejándonos llevar por la corriente hasta caer por el abismo con todos los que eligen la seguridad y la comodidad? No me importa dónde acaben esas ilustraciones de mis personajes, igual que no me importa cómo acabará mi sueño de riqueza, tanto la material como la espiritual. Lo único que sé es que nada me va a detener. No pueden matarnos, y por eso saben que jamás podrán ganar. Solo falta que nos demos cuenta nosotros. Kiksúye.
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