Parte 1. Hace ya dos días que unos disidentes no veganos me soltaron una tremenda realidad a la cara: las plantas sienten. Ayer, después de la conversación con Frankie, no pude parar de pensar en los terribles crímenes que he estado cometiendo desde que nací: desde las papillas de cereales, pasando por los postres de fruta, hasta mis garbanzos con espinacas que son parte habitual de mi dieta, todos son platos culinarios que se basan en la explotación y asesinato de seres vivos. No pude dormir. Esta mañana me miré en el espejo y no me reconocía. Has intentado evitar a los plátanos que te vieron ejecutar a su hermano ayer, pero acabas de matar dos naranjas para tu zumo matinal, un buen puñado de cereales que se usaron para hacer tu pan, y quién sabe cuántas aceitunas han tenido que morir prensadas, aplastadas salvajemente, para que tú puedas disfrutar de ese rico aceite que has puesto en la tostada. Eres una asesina y lo sabes. Ya veo tus ojeras grises en los párpados y tu mirada de maldad. Ya estás pensando en la salsa de tomate de la cena: vas a coger a esos inocentes, los vas a hacer pedazos, así sin anestesia ni nada, y los vas a poner a cocer a fuego lento hasta que apenas sean reconocibles… Sniff. No sé si voy a ser capaz de volver a hacerlo. Lo único que me consuela es que eso es mejor que acabar en una tomatina, donde los estallan sin avisar contra una muchedumbre sedienta de diversión. Al menos yo no soy tan cruel y no los reviento con esa violencia... Podría hasta ponerles una etiqueta de bienestar vegetal, yo los mato de manera humanitaria, mientras canto rock sinfónico que siempre disfruto mientras cocino. Sí, lo que tú quieras, pero de todas formas vas a acabar como el protagonista de Crimen y castigo, destruida por tus propios remordimientos. Que lo sepas.
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Aquí en las profundas cloacas del refugio que me veo obligada a ocupar como miembro de la Resistencia, en espera del apocalipsis zombi que se avecina (según afirman algunos), un perturbador hecho me ha empujado a reanudar mi Diario de Guerra y escribir estas líneas. Vengo de constatar que los cerebros de algunos disidentes han dejado de funcionar correctamente y ya ni pueden discernir lo real de lo irreal. Temo que se nos haya infiltrado algún vacunado en el grupo y esté propagando indiscriminadamente el virus de la estupidez humana ilimitada. Eso no puede ser. La Resistencia está en grave peligro.
Piensan que las patatas sienten, tócate los huevos… No solo las patatas, sino cualquier otro ejemplar perteneciente al Reino Vegetal, si seguimos las categorías establecidas por esa pseudociencia que llaman biología. Afirman que viven y mueren, lo cual es verdad, pero añaden, sin sonrojarse, que además aprecian su vida tanto como lo haría un corderillo. Creen que las manzanas se aterrorizan cuando las coges del árbol para hacer compota. El manzano se indigna cada vez que le robas las manzanas, destinadas a sus crías, los manzanitos. Por tanto, creen que los veganos debemos dejar de matar a esos «individuos» vegetales… ellos no, claro, porque ellos van a seguir matando animales y vegetales sin distinción. Les gusta mantener las tradiciones, por muy primitivas que sean, y los demás tenemos que respetar sus deseos. No sé, estoy un poco confundida. Yo siempre pensé que eran los animales no humanos los que estaban dotados de consciencia y por tanto de la capacidad de sentir, de saber que estás vivo, apreciar tu libertad y preservar tu vida el mayor tiempo posible. Las vacas lecheras se pasan días mugiendo de pena cada vez que les roban su cría, a la que iban a amamantar después de gestarla durante nueve meses. ¿Por qué un aguacatero no tiene el mismo comportamiento cuando coges sus aguacatillos? Me da que estos disidentes me están tomando el pelo, pero puedo estar equivocada. Tal vez estos disidentes han evolucionado y tienen una sensibilidad de la que yo carezco, a pesar de ser vegana y llevar años sin participar de la explotación animal. Desde el 2012, cuando encontré a un puñado de camaradas donde menos lo esperaba, he venido utilizando una de mis analogías favoritas: salir a hacer activismo y luego volver de noche a un foro donde poder comentar mis aventuras y sentirme comprendida era como volver al hogar después de un fiero combate en las trincheras. Cenamos alrededor del fuego, nos lamemos las heridas, soltamos todo lo que no pudimos soltar mientras luchábamos y acabamos riéndonos a lágrima viva, sin importarnos el frío, la oscuridad ni la escasez de viandas. Los que hemos sido soldados nunca olvidamos el sentimiento de camaradería. Posiblemente es lo mejor de una guerra, si es que hay algo bueno en una guerra. Estos días ando más sola, la guerra cambió. Ahora me parezco más a Arya, una loba solitaria y errante buscando siempre ese lugar al que llamar hogar, pero es igual: jamás olvido a mis compañeros de manada.
Hacer activismo es extenuante. Entendemos por activismo salir al mundo real o virtual, relacionarte con gente y tratar de hacerles comprender cuestiones que consideramos importantes para la evolución espiritual. En mi caso han sido dos temas principales, los cuales considero la banda sonora de mi vida actual, los tambores que han marcado mi camino, quisiera o no. Uno está relacionado con mi profesión, ya que ser veterinaria y respetar a tus pacientes solo puede llevar a un sitio, si pretendes ser coherente con tus principios: el veganismo (y lamentablemente parece que menos del 1% quiere ser coherente). Otro está relacionado con la razón fundamental que no me permitía ser feliz: traumas de vidas pasadas que se habían convertido en una pesada carga imposible de soportar. Buscar respuestas me llevó a la certeza de que la reencarnación es un hecho y la muerte una mera ilusión. En los dos últimos años se ha sumado un tercer tipo de activismo relacionado con la plandemia, quizá el más importante a nivel global, porque a todos nos afecta, pero no el más importante a nivel personal, porque la mayoría de la gente aún no ha comprendido bien el verdadero significado de la palabra despertar. Yo tengo claro dónde debo seguir insistiendo, si realmente queremos un cambio de consciencia profundo y duradero. Hace ya meses que noto más afluencia de lectores que llegan a alguno de mis blogs por las entradas donde hablo de suicidio. Por qué será, me pregunto, mientras me meto en vena música que tenía algo olvidada para elevarme la vibración y descargar negras emociones, mientras el mundo se va derrumbando a mi alrededor, más y más caretas cayendo como si estuviéramos en el final de un carnaval veneciano.
He tenido la suerte de estar brevemente en el paraíso pero el destino me ha devuelto a las cloacas donde la gente finge que todo está bien. Es como si vivieran colocados de soma, como en el mundo feliz de Huxley, o como si llevaran permanente unas gafas de color de rosa que les impide ver la inmundicia que les rodea. La ciudad apesta. Cuando no huele a orín procedente de un callejón en el que pernocta algún vagabundo, huele a basura, y si no, a algún tipo de cadáver rebozado y frito con toda su grasita. Luego esos pobres bastardos lo ingerirán sin remordimiento alguno y luego tendrán la caradura de exigir que a los no inoculados con veneno transgénico se les deniegue asistencia sanitaria. Por mí os la podéis quedar. Prefiero morir tirada en una cuneta que rodeada de sanitarios mafiosos y psicópatas en un hospital iatrogénico. Los pocos árboles que ves decorando el asfalto agonizan. Son tristes imágenes de lo que podrían ser. No es la misma energía que se siente en un bosque aunque solo sea medio salvaje. Nunca verás nada parecido a un ent en la ciudad. Si los ents estuvieran aún entre nosotros, sin duda la destrozarían sin piedad, con todos sus habitantes, como sabios espíritus guardianes de la naturaleza que son. Los animales no humanos son ahora esclavos de esclavos. Es divertido y patético a la vez ver perros sin bozal conducidos torpemente por humanos embozalados. Hay otros que aseguran querer la libertad, pero siguen pensando en quitársela a otros en el futuro porque así lo desean. Se declaran enemigos de un antiguo sistema basado en la tiranía y el egoísmo, a la par que sueñan con un nuevo sistema en el que ellos seguirán siendo amos y tiranos, y así pretenden que haya una revolución y cambiar el mundo. Una coherencia que está a la misma altura de su grado de consciencia. Rumores de fuentes bastante confiables apuntan a que el verdadero genocidio podría empezar en el mes de junio de este año, y que en octubre veremos a millones de personas morir, y muchos caerán muertos por las calles. La razón será la combinación de las radiaciones electromagnéticas con las vacunas que en estos momentos se está inoculando en la población. Después de todo lo que llevo investigado, me lo creo (aunque no dejen de ser rumores y por tanto haya que ser prudentes). Coincide incluso con ciertos análisis astrológicos que escuché hace meses, sobre los periodos de mayor oscuridad que aún nos quedaban por pasar a lo largo de 2021.
Hay quienes afirman incluso que ninguno de los vacunados sobrevivirá más de cinco meses, y por supuesto nadie achacará oficialmente la causa de la muerte a la vacuna, como ya estamos viendo con muchos casos de trombosis. Los ancianos porque son ancianos, los jóvenes porque tuvieron mala suerte y tal vez ya tenían alguna enfermedad que no había dado la cara. Porque, como todos sabemos, las vacunas salvan vidas, y mejor es vacunarse que morir por Covid. Es lo que dice el catecismo de la religión covidiana. Cada día me siento más como si viviera dentro de una mis novelas de ciencia ficción. Y, al mismo tiempo, lo que vivo en la realidad me está dando más que nunca mucho material para seguir escribiendo. De hecho, estoy plenamente inmersa en la tercera parte de mi saga espacial, que con un poco de suerte será publicada en menos de un año, aunque quizá ya para entonces no me queden ni potenciales lectores. Es lo que tiene vivir en un presente distópico. Acabo de ver a una amiga celebrando que se ha vacunado y no sé muy bien cómo sentirme. Su pareja, una amiga a la que aprecio mucho más, también lo ha hecho. Es aún más sangrante en su caso, porque ella es médico y yo tenía esperanzas de que se diera cuenta a tiempo de toda esta farsa. Es además una de las personas más inteligentes que conozco, aun con su relativa juventud. Pero no ha podido ser, ha sucumbido al Nuevo Orden Mundial como tantos otros. Y te das cuenta de que estás en una guerra cuando empiezas a ver que tus seres queridos se convierten en víctimas, cuando sabes que es muy probable que muera joven a consecuencia de cualquier enfermedad provocada por el experimento transgénico.
No creo en el karma, pero lo gracioso es que quizá tiene que ser así. A veces, lo elijamos o no, los verdugos se convierten en víctimas, a manos de los que en otros tiempos fueron sus acérrimos enemigos. Quizá sea para su crecimiento personal. Pero como alguien que la vio crecer en otros tiempos y realmente deseaba sentirse orgullosa de ella, me apena ver que no será posible, tampoco esta vez. Ni siquiera pude advertirles. No quisieron saber, jamás preguntaron porque tal vez querían evitar cualquier conflicto entre nosotras. Tampoco investigaron por sí mismas, que es lo que más me decepciona, o tal vez lo hicieron y como tantos otros descartaron nuestras advertencias por considerarlas teorías conspiranoicas que ahora, un año después de que comenzara toda esta película, se están haciendo realidad. Hoy, en mi viaje internáutico, he pasado de contemplar ojiplática carteles promocionando la manifestación del Día de la Mujer en los que aparecían dibujos de supuestas seres humanas embozaladas, a escuchar a una catedrática de la Facultad de Veterinaria, en su día una de mis profesoras (no recuerdo bien de qué asignatura), afirmando que tanto alumnos como alumnas que llegan a la universidad necesitan una clara «orientación» durante la carrera (léase adoctrinamiento) para quitarles de la cabeza esa idea tan rara de querer dedicarse a curar animalitos. Yo ya no sé si soy yo que veo Nuevo Orden Mundial en todas partes, pero como para hablar de ser veterinaria y vegana y el sufrimiento asociado ya tengo otro blog, he decidido centrarme en el tema de la mujer zombi… o borrega… o esclava… o, para ser lo más exacta y justa posible (creo), de la mujer igualmente jodida que el hombre. Desde que empecé a hacer activismo vegano en internet y moverme un poco por redes sociales (porque yo no piso las redes sociales a no ser que sea por una buena causa), vi que había personas por lo general más jóvenes que yo que hablaban una neolengua algo difícil de comprender para mí. Es una consecuencia de hacerse vieja, pensé. Yo me quedé en eso de masculino, femenino y transexual. Ahora se hablaba de LGTBizkuwte y no sé qué más, cis, trans, bi, poliamor, y algún que otro palabro que me costaba comprender y que posiblemente ni habría encontrado en el diccionario de la R.A.E. si hubiese querido buscarlo. Yo siempre evité meterme en discusiones que solo me hacen perder el tiempo. Pero sí que vi mucha división dentro del movimiento vegano por temas relacionados con el feminismo, el machismo y la interseccionalidad. A diario veo publicaciones de supuestas feministas que utilizan ese engendro llamado «lenguaje inclusivo» (que como escritora me afecta a la salud) y en los casos más extremos, incluso absurdos ataques a activistas masculinos simplemente por ser hombres y criticar lo que dice una mujer. Algún contacto llegó a preguntarme mi opinión o mi postura respecto al «feminismo» moderno y me guardé de decir mucho, excepto que ni lo entiendo ni jamás lo entenderé. Yo soy más vieja que muchas de estas «feministas», me crié con tres hermanos, fui a un colegio mixto, y sí, de pequeña me quejé bastante del reparto de tareas domésticas (ya se sabe cómo eran las madres de entonces), pero también fui consciente de que en determinados momentos se me mimaba más por ser chica. ¿Discriminación? Ninguna. Mis horarios de salida y llegada a casa fueron los mismos que los de los chicos. Siempre tuve las mismas oportunidades. ¿Me encontré con algún hijo de puta por la calle que quiso aprovecharse sexualmente de mí? Pues sí. Pero eso no es culpa de ningún otro hombre. Ellos también pueden ser atacados por personas más fuertes o mejor armadas. Vivir es un riesgo, seas hombre o mujer. Por todas estas razones me parece que el movimiento «feminista» actual está muy desvirtuado (utilizo esta palabra porque soy buena), y no tiene ningún sentido. (Esta fue mi rápida reflexión en Facebook)
(Y uno de los carteles es de PACMA, cómo no, ni defienden a los animales ni defienden a las mujeres, a pesar de las apariencias) No hago más que ver carteles hablando del 8M con mujeres embozaladas. Y hay gente que aún quiere celebrarlo... No se puede estar más ciego ni ser tan patético. Seguid, seguid siendo esclavos de ese globalismo que solo existe en la mente de los conspiranoicos, como pensáis algunos... Las últimas dos horas del especial primer aniversario de El Expreso de Medianoche han sido de lo mejorcito que he escuchado últimamente. El símil que ha hecho el Dr. José Luis Sevillano del Rey Arturo (en este caso, Patrick) y sus caballeros, que se pasan el día por ahí luchando para después reunirse cuando el Rey los convoca, me ha parecido de lo más acertado. Además creo que ese es el tipo ideal de activismo, si es que queremos que sea eficaz. Por mi propia experiencia puedo decir que los grupos no funcionan, especialmente si son numerosos. La naturaleza humana siempre se impone y acaban apareciendo los inútiles egos, los que quieren liderar a toda costa o los que quieren hacer caja aparentemente luchando por una causa justa. Enseguida se pierde el sentido original y surgen las luchas intestinas que solo nos hacen perder tiempo y energía. Todos nuestros esfuerzos acaban diluyéndose como una gota de sangre en el océano.
Aún recuerdo aquellos primeros días de cuarentena en los que escribía que me daba miedo el cariz que estaban tomando los acontecimientos, cuando ya estaban empezando a decir que era una irresponsabilidad ir por ahí sin mascarilla, sabiendo que podías contagiar a tu abuelo o a cualquier inmunodeprimido que te encontraras por la calle. La programación mental ya estaba en marcha, y poco a poco fue haciendo efecto. Primero veías a uno o dos con bozal. Una semana después ya éramos mi socia y yo las dos únicas que entrábamos en el Carrefour sin mascarilla, cuando ni siquiera era aún obligatorio llevarlas, y la gente ya nos empezaba a mirar con odio asesino. Ya dije una vez que había aprendido muchas cosas con la plandemia, y una de las más impactantes ha sido esta: comprender el inmenso poder que tienen los medios de manipulación de masas. Justamente ayer uno de los colaboradores de El Expreso, Iván, apuntaba que era eso lo que había predicho Huxley en su Mundo feliz, libro que se aproxima más que 1984 a la realidad que estamos viviendo, según él. En ese libro los humanos se duermen escuchando una especie de mantras de manera repetitiva que luego confunden con sus propios pensamientos, exactamente lo que está ocurriendo ahora mismo con todos los españoles que no son capaces de apagar sus televisores. Otra expresión que ya forma parte de mi vocabulario habitual es justamente «hipnosis colectiva». ¿Que no sabes lo que es? Mira a tu alrededor: eso es.
Un complemento fundamental fue la campaña publicitaria que se montaron, la cual solo puede calificarse de diabólica y psicópata. Esos anuncios han estado ahí en las marquesinas a la vista de todos, y decorando las paredes del metro, y aún así la gran mayoría sigue negando las verdaderas intenciones de los gobernantes. Empecé a guardar algunas de esas imágenes por si algún día escribía un artículo sobre ello, pero luego me cansé, tengo poco espacio en el ordenador como para llenarlo de objetos maléficos. Pero mira, ya que estamos, las daré uso. Es bueno guardar estas cosas para que las nuevas generaciones no olviden lo bajo que pueden caer algunos seres despreciables que dicen ser humanos. —Oye, que te están echando gasolina por encima.
—Qué va… es agua. —No es agua. ¿No la hueles? ¿No la sientes, impregnando toda tu ropa? —Que no, que es agua… Y además lo hacen por mi bien. —Oye, que hay ahí un tipo que está acercando una cerilla a tu cuerpo. —¿Qué dices? Eso no es posible. —Pero si lo estoy viendo… ¡¡que vas a salir ardiendo!! —Bah, no te preocupes, es por mi bien. Ya verás qué calentito voy a estar… |
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